sábado, 1 de noviembre de 2008

Wszystkich świętych

Hoy los católicos celebraron el día de todos los santos. Aqui en Polonia, con una tradición católica tan arraigada, toda la actividad del país giraba hoy en torno a los cementerios.

A las cinco de la tarde, poco después de anochecer, Alicja y yo nos unimos a la gente que iba y venia del cementerio de Racibórz. Familias al completo, viudos y viudas, monjas, sacerdotes, parejas, gente solitaria, la mayoria llevaba en las manos al menos uno de los farolillos que llevaba viendo vender por practicamente todas las calles importantes de Katowice y Sosnowiec. Si no los traían consigo, podían comprarlos en los puestos que había instalados en las calles más cercanas al cementerio.



Nunca en mi vida había visto tal cantidad de movimiento en torno a un cementerio.
Me acordé de las 5 o 6 veces que he pisado en mi vida el cementerio de León, y creo que sólo dos de ellas fueron en un dia como hoy. Antes de hoy, el dia de todos los santos significaba carteles en las confiterias anunciando los huesos de santo y buñuelos de viento, el dia despues de las fiestas que hacen eco del Halloween americano, con la ocasional calabaza en algún que otro escaparate, y mi abuela pidiendo a mi padre que la acercara al cementerio a dejar algunas flores en la tumba de sus padres.

Hoy todas las tumbas tenían crisantemos, exceptuando algunas aún vacías, preparadas por personas demasiado previsoras para mi gusto, a las que únicamente faltaba la segunda fecha por inscribir, debajo de la de nacimiento. No hay nichos en los cementerios polacos.

Este es el aspecto que tenían hoy.



Los farolillos impresionan de la misma manera que un altar lleno de velas en una capilla, cada una un deseo, una petición o promesa. Aquí cada una es un recuerdo, y el paisaje de pequeñas llamas parece iluminarse no con velas, sino con fuegos fatuos multicolores, que antaño se creían las almas de los ocupantes. Me acordé de los farolillos japoneses que en algunas leyendas no se iluminan con llamas, sino con el alma de un difunto, un pequeño fuego fatuo que nunca se consume.




Cuando salíamos del cementerio, una madre le decía a sus hijos frente al crucifijo: "Decid Amén al diosecito, que nos vamos a casa. Decidle Amén." Como si le dijeran "Hasta luego".


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